Un paseo por la historia real que ha sido narrada en artículos de prensa, libros y en una película.
Emprender aventuras peligrosas y llenas de riesgo es el sueño de algunos, buscando libertad, salir de su área de confort y probar cosas nuevas.
La insatisfacción que produce llevar cierto estilo de vida, quizás muy cómodo y sin sentido o el no darle valor real a lo que se tiene cerca, motiva a algunas personas a querer tener una sensación de libertad plena, entrando en contacto con la naturaleza, comenzando un viaje que saben cuando comienza pero que pocas veces conocen su destino final.
Cosas como estas pasaron por la cabeza de Christopher McCandless, un universitario graduado de los Estados Unidos que emprendió un viaje que lo llevó hasta Alaska.
Cientos de publicaciones se han tejido en torno a su figura, resaltando algunos valores como la superación, el amor por la naturaleza y el desprendimiento.
UNA VIDA CÓMODA
Christopher fue un buen estudiante, nació dentro de una familia que le dio la oportunidad de formarse y de tener sus propios ahorros. En la escuela sus calificaciones fueron excelentes, tanto que se graduó con honores en la Universidad de Emory, en las áreas de historia y antropología.
Al parecer, nada de eso le generaba felicidad a Christopher, por lo que a los 22 años decidió retirarse y donó gran parte de sus ahorros a una ONG y se quedó solamente con lo básico que requería para emprender el viaje que le terminaría costando la vida.
Se rememora que en su época de estudiante tenia condiciones excepcionales, diferentes al resto de sus compañeros. No le gustaban los honores pues los consideraba como algo insignificante, pero si desarrolló mucha resistencia física, que siempre la mezclaba con un sentido profundo de la espiritualidad.
Lo cierto es que un día Christopher decidió abandonar la sociedad americana, el materialismo que el tanto condenaba y rechazaba y emprendió un viaje de soledad, tranquilidad y alejamiento en el que buscaba encontrarse consigo mismo.
CON DESTINO A ALASKA
Con poco dinero encima, Christopher emprendió su camino por varias ciudades estadounidenses, no sin antes cambiarse de nombre y haciéndose llamar Alexander Supertramp.
El viajero fue realizando trabajos del campo con el que juntaba algún dinero, que muchas veces fue insuficiente para cubrir las necesidades básicas y más de una vez se vio con la dificultad de conseguir comida.
Conoció personas que le tendieron su mano y le enseñaron algunos oficios y le pagaban por las tareas que realizaba, siempre con la idea clara de que su destino era Alaska.
En el diario que escribió Christopher, que recoge más de 100 días, refleja como logró sobrevivir muchas veces a dificultades extremas por las fuerzas de la naturaleza, siempre colocando con satisfacción y regocijo que había logrado vencerlas.
Su viaje lo comenzó a bordo de su auto marca Datsun, que un día se le quedó estancado en la arena, no pudo rescatarlo y de allí la travesía continuó con lo que el camino le diera. Solamente con una mochila al hombro y montándose en canoas, comiendo lo que consiguiera en los caminos y montañas, sin ninguna atadura ni cosas materiales.
Encontró personas con quienes compartió su experiencia y de otros pocos se hizo amigo. Así pasaron los días y las semanas hasta que llegó a los bosques salvajes de Alaska, sin comunicaciones ni dinero ni pertenencias, asilado completamente de la civilización que había dejado atrás.
Dos años duró esta aventura, hasta que un día unos cazadores consiguieron el cuerpo sin vida de Christopher, con un diario y unas notas escritas que reflejaban los intentos desesperados por conseguir ayuda, esa que nunca fue posible conseguir. Estaba su cadáver dentro de un viejo autobús, en el Parque Nacional Denali, que fue quizás la ultima habitación en la permaneció con vida.
Su cuerpo se encontró demacrado, flaco y se ha concluido que murió envenenado al consumir algunas semillas, cosa que no ha sido confirmada completamente y que más bien se ha detallado que murió por inanición, luego de que consumiera menos alimento que las energías que gastaba.
De allí se puede constatar las cosas que cargaba en la mochila que llevaba a cuestas: una cámara fotográfica, un libro en el que se identificaban algunas plantas comestibles, un saco para dormir, un rifle y municiones. No se localizó ni un mapa ni una brújula que lo guiara por el camino, por lo que se concluye que era un viaje sin rumbo determinado.
Su comportamiento y sus actuaciones han sido dignos de estudio, para unos es un héroe para otros alguien sin preparación que arriesgó su vida sin necesidad. La historia ha fascinado a cientos de personas, algunos de los cuales se adentran al bosque buscando el viejo autobús abandonado en el que se ha levantado una especie de monumento en su memoria. Este se halla en el río Teklanica, en los bosques de Alaska.
Lo que si queda para el recuerdo, es una nota al final de su diario donde indica, “He tenido una vida feliz y gracias al Señor. Adiós y que Dios bendiga a todos”.